La grandeza de la Alonso, para nosotros sus coterráneos, no radica
solamente en habernos representado triunfalmente en 65 países, recibir
las más atronadoras ovaciones, imposibles de contabilizar, de Helsinki a
Buenos Aires, de New York a Tokio o Melbourne, sino haber puesto al
servicio de su Patria todos los honores recibidos.
Nuestra Alicia Alonso, quien durante 88 años como bailarina,
coreógrafa y pedagoga contribuyó con su arte genial a poner el prestigio
de su Patria en el más alto sitial del mundo, falleció en el Hospital
CIMEQ, de La Habana, a las 11 de la mañana de hoy, a dos meses y tres
días de cumplir 99 años de edad.
Nacida el 21 de diciembre de 1920, en el reparto Redención, popular
barriada de Marianao, en un modesto hogar formado por Antonio Martínez
Arredondo, teniente veterinario del ejército, y Ernestina del Hoyo y
Lugo, refinada modista, nuestra ilustre compatriota encontró en la danza
desde muy temprana edad la vocación que guiaría toda su vida.
Su ruta estelar, iniciada en la Escuela de Ballet de la sociedad
Pro-Arte Musical de La Habana, en 1931, se vio obligada a tomar nuevos
derroteros al tener que marchar al extranjero por el escaso nivel, los
prejuicios y el carácter elitista que enfrentaba el ballet en la Cuba de
entonces. Trazar su órbita artística profesional es tarea ciclópea,
pues abarca desde las comedias musicales de Broadway, el Ballet Caravan,
el Ballet Theatre de New York, el Ballet de Washington y el Ballet Ruso
de Montecarlo, hasta sus colosales triunfos como estrella invitada de
las más relevantes compañías, festivales y galas de ese género artístico
en todo el mundo. Su excepcional categoría de prima ballerina assoluta
no obedeció a una caprichosa reputación jerárquica, sino al dominio de
un vasto repertorio de 134 títulos que abarcó las grandes obras de la
tradición romántico-clásica y creaciones de coreógrafos contemporáneos.
Cuando el 28 de noviembre 1995, en el Teatro Massini de la ciudad
italiana de Faenza, hizo un alto en su trayectoria como intérprete, ya
había logrado establecer un record difícil de igualar, no solo por el
tiempo de vigencia sobre las puntas, sino por el nivel de excelencia con
que lo hizo.
Pero la grandeza de la Alonso, para nosotros sus coterráneos, no
radica solamente en habernos representado triunfalmente en 65 países,
recibir las más atronadoras ovaciones, imposibles de contabilizar, de
Helsinki a Buenos Aires, de New York a Tokio o Melbourne, sino haber
puesto al servicio de su Patria todos los honores recibidos, entre ellos
los 266 premiosy distinciones internacionales, 225 de carácter nacional y las 69
creaciones coreográficas –románticas, clásicas y contemporáneas– que ha
realizado, revertiéndolos como frutos del quehacer que ella ha visto
siempre como modesta contribución no solo a su cultura, sino a la
cultura danzaría mundial.
Hace más de medio siglo al regresar a nuestro país cargada de honores
extranjeros, no vacilaba en declarar: «Toda mi esperanza y mis sueños
consisten en no volver a salir al mundo en representación de otro país,
sino llevando nuestra propia bandera y nuestro arte. Mi afán es que no
quede nadie que no grite: ¡Bravo por Cuba!, cuando yo bailo. De no ser
así, de no poder cumplir ese sueño, la tristeza sería la recompensa de
mis esfuerzos».
Esa patriótica postura la llevó a fundar, junto a Fernando y a
Alberto Alonso el 28 de octubre de 1948, el hoy Ballet Nacional de Cuba
(BNC), y en 1950 la Academia de Ballet que llevó su nombre y tuvo la
tarea histórica de formar la primera generación de bailarines dentro de
los principios técnicos, estéticos y éticos de la hoy mundialmente
reconocida Escuela Cubana de Ballet. Durante 71 años, especialmente a
partir del triunfo de la Revolución, pudo, con mano firme, situar al BNC
entre las compañías de mayor prestigio a nivel mundial, fundamentar un
sistema de enseñanza que hoy abarca la totalidad de la Isla y es la
garantía del ballet cubano, así como estimular un movimiento de
colaboración internacionalista que en el campo del ballet Cuba ha
extendido a casi medio centenar de países de América, Europa, Asia y
África. Es la Alicia guía y mentora, que con su don aglutinador pudo
convocar en La Habana, en 26 Festivales Internacionales de Ballets, a
las más célebres personalidades de la danza, en una fiesta de arte y
amistad. Y es también la Alicia que hemos visto dar la mejor entrega
de su magisterio, lo mismo en escenarios de la más alta prosapia que en
rústicas tarimas, en plazas públicas, fábricas, escuelas y unidades
militares, consciente de que al pueblo, cualquiera que este sea, siempre
se asciende y nunca se desciende.
Los que tuvimos el privilegio de estar a su lado, conocimos también el extraordinario ser humano que había en ella, que por coraje y férrea disciplina no se dejó derrotar nunca por quebrantos físicos, vicisitudes o incomprensiones.
Fue la Alicia nuestra, que aunque bañada de cosmopolitismo añoró oír
los cantos de nuestros gallos, gustar del olor al salitre de su Malecón
habanero, valorar la mariposa y el coralillo como las flores más
exquisitas, o fascinarse con los adelantos científicos y los misterios
del cosmos. «Un ímpetu tenaz, frenético, heroico –disparado contra la
enfermedad y contra el tiempo- hacia la perfección incansable.», como
acertadamente la definió Juan Marinello.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario