Por António Guterres
Tomado de CubaDebate
Solo uniéndose, el mundo podrá enfrentar la pandemia de COVID-19 y sus devastadoras consecuencias.
En una reunión virtual de emergencia el jueves pasado, los líderes del
G20 tomaron medidas en la dirección correcta. Pero todavía estamos lejos
de tener una respuesta global coordinada y articulada que cumpla con la
magnitud sin precedentes de lo que estamos enfrentando.
Lejos de aplanar la curva de infección, todavía estamos muy por
detrás. La enfermedad inicialmente tardó 67 días en infectar a 100 mil
personas; pronto, 100 mil personas y más serán infectadas diariamente.
Sin una acción concertada y valiente, el número de casos nuevos
seguramente aumentará a millones, empujando a los sistemas de salud al
punto de quiebre, a las economías en picada y a la gente a la
desesperación, siendo las personas más pobres, las más afectadas.
Debemos prepararnos para lo peor y hacer todo lo posible para
evitarlo. Aquí hay un llamado a la acción de tres puntos, basados en la
ciencia, la solidaridad y las políticas inteligentes, para hacer
precisamente eso.
Primero, suprimir la transmisión del coronavirus
Eso requiere pruebas agresivas y tempranas y rastreo de contactos,
complementado con cuarentenas, tratamiento y medidas para mantener a las
y los profesionales de la salud seguros, combinados con medidas para
restringir el movimiento y el contacto. Tales pasos, a pesar de las
interrupciones que causan, deben mantenerse hasta que emerjan las
terapias y la vacuna.
Crucialmente, este esfuerzo robusto y cooperativo debe ser guiado por la Organización Mundial de la Salud,
un miembro de la familia de las Naciones Unidas; los países que actúan
solos - como deben hacerlo con su gente - no harán el trabajo para
todos.
En segundo lugar, abordar las devastadoras dimensiones sociales y económicas de la crisis
El virus se está extendiendo como un incendio forestal y es probable
que se mueva rápidamente hacia el Sur del mundo, donde los sistemas de
salud enfrentan limitaciones, las personas son más vulnerables y
millones viven en barrios marginales densamente poblados o en
asentamientos abarrotados de refugiados y personas desplazadas
internamente.
Impulsado por tales condiciones, el virus podría devastar el mundo en desarrollo y luego resurgir donde fue suprimido previamente. En nuestro mundo interconectado, sólo somos tan fuertes como los sistemas de salud más débiles.
Claramente, debemos combatir el virus para toda la humanidad, con un
enfoque en las personas, especialmente las más afectadas: mujeres,
personas mayores, jóvenes, trabajadores de bajos salarios, pequeñas y
medianas empresas, el sector informal y grupos vulnerables.
Las Organización de las Naciones Unidas acaba de emitir informes que
documentan cómo el contagio viral se ha convertido en un contagio
económico y exponen el financiamiento necesario para abordar los
choques. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha declarado que hemos
entrado en una recesión tan mala o peor que en 2009.
Necesitamos una respuesta multilateral integral que represente un porcentaje de dos dígitos del Producto Interno Bruto mundial.
Los países desarrollados pueden hacerlo por sí mismos, y algunos lo
están haciendo. Pero debemos aumentar masivamente los recursos
disponibles para el mundo en desarrollo mediante la expansión de la
capacidad del FMI, es decir, a través de la emisión de derechos
especiales de giro, y de las otras instituciones financieras
internacionales para que puedan inyectar rápidamente recursos en los
países que los necesitan. Sé que esto es difícil ya que las naciones se
encuentran incrementando el gasto interno en cantidades récord. Pero ese
gasto será en vano si no controlamos el virus.
Los intercambios coordinados entre bancos centrales también pueden
aportar liquidez a las economías emergentes. El alivio de la deuda
también debe ser una prioridad, incluidas las exenciones inmediatas
sobre los pagos de intereses para 2020.
Tercero, recuperarse mejor
Simplemente no podemos regresar a donde estábamos antes de que
golpeara el COVID-19, con sociedades innecesariamente vulnerables a la
crisis. La pandemia nos ha recordado, de la manera más dura
posible, el precio que pagamos por las debilidades en los sistemas de
salud, las protecciones sociales y los servicios públicos.
Ha subrayado y exacerbado las desigualdades, sobre todo la
desigualdad de género, dejando al descubierto la forma en que la
economía formal se ha sostenido gracias al trabajo de cuidado invisible y
no remunerado de las mujeres. Ha puesto de relieve los desafíos
actuales en materia de derechos humanos, incluidos el estigma y la
violencia contra las mujeres.
Ahora es el momento de redoblar nuestros esfuerzos para
construir economías y sociedades más inclusivas y sostenibles, que sean
más resistentes frente a las pandemias, el cambio climático y otros
desafíos globales. La recuperación debe conducir a una economía
diferente. Nuestra hoja de ruta sigue siendo la Agenda 2030 y los
Objetivos de Desarrollo Sostenible.
El sistema de las Naciones Unidas está totalmente movilizado:
apoyamos las respuestas de los países, ponemos nuestras cadenas de
suministro a disposición del mundo y aboga por un alto al fuego global.
Poner fin a la pandemia en todas partes es tanto un imperativo moral
como una cuestión de interés propio ilustrado. En este momento inusual,
no podemos recurrir a las herramientas habituales. Tiempos
extraordinarios exigen medidas extraordinarias. Nos enfrentamos a una
prueba colosal que exige una acción decisiva, coordinada e innovadora de
todos, para todos.

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